Desde que recuerdo, desde que tengo uso de razón, desde que tengo conciencia, “algo no va bien”. Pensaba que era “normal”. Ni me planteaba que pudiera ser otra cosa. Sí, había algo “que no iba”, “pero se solucionaría, se arreglaría, se curaría”.
Pasaba el tiempo y no,: yo era “diferente”. No sabía bien en qué consistía y yo creía ser normal. Pero era diferente.
Todo esto, lo planteo, claro, a posteriori. En aquel momento, todo era caos, sufrimiento y dolor. Lo sigue siendo pero más o menos lo he admitid: he admitido que hay “un problema”, que no soy como la mayoría, que no se va a solucionar, que he crecido con ello y que mi propia personalidad, yo misma me he desarrollado con ello. Soy ello.
Todavía hoy dudo de que haya un problema; “es tontería”, “basta con un poco de voluntad”, “será que quiero estar así”. Por otra parte, parece que hasta eso podría ser un síntoma: el aparentar nomralidad, el que aprezca que todo va bien, que se puede estudiar, trabajar, relacionarse, vivir al fin y al cabo. Pero no es así. Juro que me he matado por intentarlo. O quizá de nuevo es una impresión mía: “Si realmente lo hubieras intentado, lo habrías conseguido”, “Querer es poder”... ¡Buf, qué harta estoy! Estoy cansada de no poder vivir, de que el mundo se me quede grande, de que parezca que a los demás les fuera relativamente fácil vivir.
No digo que los demás no tengan problemas, imposibilidades, dificultades; cosas terribles a las que hacer frente. Pero yo no soporto estar así, no soporto toda esa vida “difícil, penosa pero vida y hay que vivirla, con malos y buenos momentos”.
No me compensa. Y no se trata de términos económicos o caprichosos (no me conviene). Es realmente que me resulta insufrible.
No entiendo este mundo, no es el mío. No sé cuál sería, porque sólo conozco éste, pero sé que éste no lo es, y no es que no quiera: no me puedo permitir querer o no querer, es que me es insoportable, literalmente, no lo puedo mantener. Ni siquiera puedo esperar a que me llegue la muerte, sentadita, sin moverme. Ahí está mi demonio para atormentarme en mi infierno particular. No puedo dejar de subir como Sísifo la roca montaña arriba para que vuelva a caer y subirla de nuevo. No puedo dejarla ahí abajo, irme o que alguien me ayude o lo que sea; ése es mi castigo, sin saber muy bien por qué, para toda mi vida, para toda mi eternidad.
Hasta morirme me resultaría un imposible, tanto como lo es vivir. Parece que el sentido de mi vida (nunca me había planteado que la vida tuviera que tener un sentido) fuera sufrir. Y eso será hasta el final de mis días. No es ni siquiera que no quiera que sea así, no me puedo permitir ese lujo de voluntad, es que no puedo hacer nada al respecto.
¿Y qué es esa enfermedad, patología, “mismidad”, lo que sea de lo que se esté hablando? ¡Qué se yo! Ya digue que con todo, no medio asumí que había algo (todavía hoy lo pongo en duda, repito) hasta hace relativamente pocos años. Aparte, es como si hubiera una extrema conciencia que hiciese que además “asistiera” a todo, lo “viera” todo, supiera en todo momento, desde que abro los ojos por la mañana hasta que me duermo por la noche (esto tampoco es que se dé siempre), mi condición, mi situación. Ahí está mi demonio siempre en mi infierno particular. Es el amo y señor de todo mi ser. Y yo soy un monstruo de cien cabezas, a cuál más terrible.
Estoy cansada y quisiera descansar. Pero soy consciente y sé que no puede ser. Soy consciente de la tristeza del otro, de mi propia tristeza, de la tristeza en sí. Soy consciente del dolor del otro, de mi propio dolor, del dolor en sí. Soy consciente de tantas cosas en todo momento que me abruma y me agota. Y no sólo soy consciente sino que lo siento; siento el dolor del otro, mi propio dolor, el dolor en sí...
Y soy consciente de mi “mismidad”; sufro y padezco “mi mismidad”. Por favor, basta.
ya somos dos
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